Como la primera vez...

jueves, 16 de septiembre de 2010

Llueve. Tal era el estruendo del caer de las gotas sobre su ventana que no pudo evitar asomarse a contemplar la tormenta...


Le encanta ver llover desde su ventana, le recuerda que los días calurosos quedan lejos y que el invierno está cada vez más cerca. Aunque en ese momento desearía ser ella la que está en la calle sintiendo la lluvia caer. A lo mejor así conseguiría limpiar su alma, mojar sus pensamientos y empañar los recuerdos.

Si ya de por sí tenía un carácter bastante melancólico, la lluvia lo acrecentaba. Pero en aquel momento, solamente le venían buenos recuerdos. No había tiempo para los malos. Ya se lo habían advertido muchas veces. Seguir era la palabra. Adelante, el objetivo. Aunque le costara, cada vez que se ponía triste, se acordaba de esas dos palabras clave. No siempre lo conseguía, pero sí que siempre lo intentaba.

Y recordaba así todo lo que había dejado atrás, todos los buenos momentos pasados, esas risas, esas palabras, esos sentimientos encontrados. Y una sonrisa le brillaba en el rostro. No deseaba volver atrás; aunque hubiera nubes negras sobre sus recuerdos, estaba satisfecha con lo vivido. Solía arrepentirse de lo no realizado, no de lo que ya estaba hecho, ya que siempre ha creído en lo que hacía.

Con más o menos acierto... pero dejándose llevar por el corazón.

(…)

La tormenta había cesado, pero ella aún estaba inmersa en sus pensamientos. Meditando. ‘¿Quién ha estado ahí? ¿Quién me falló? Cómo hemos cambiado todos…’ Aunque ya nada fuera igual, ¿qué importa ya? Sentía que ya tenía lo que necesitaba. Y lo que no, ya lo había borrado de su vida.

En su relativa corta vida había cumplido varios sueños, pero es consciente de que lo mejor siempre estaría por llegar. Al igual que cada alegría, cada batacazo y cada decepción van a ser cada vez más fuertes, más intensas. Pero aún así, no se rinde, nunca lo ha hecho. Esa misma sensibilidad que le caracteriza le hace fuerte, tal y como se ve en apariencia. Siempre ve la luz al final del túnel. Aunque éste sea largo y estuviese a oscuras, ahí siempre estaba la luz. Su luz. Una luz que recibe, que la alumbra en los peores momentos, pero que ella no es capaz de emitir. O, al menos, eso dice. Por mucho que le digan, ella siempre se sentirá en deuda. Y agradecida. Eternamente agradecida.

Y es que no quería sentirse como esa última gota que se deslizaba lentamente por su ventana. No quiere ni está hecha para estar sola. Por ello, espera que alguien le diga que aún le queda mucho camino por recorrer, que estará acompañada en él. Que siempre estará ahí.

Como la primera vez… por última vez.

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