En el frío de la noche

martes, 21 de enero de 2020


Allí. Donde tus ojos toman forma.

Labios rojos. Cimas de curva y asfalto. De grises y sombras reflejadas en nuestros cuerpos. Ni siquiera te conocía, pero jugábamos a entrecruzar estas miradas inevitables. Una simple distracción que me hacía olvidar el fracaso de la noche anterior o las horas ancladas al trabajo. Cada fiesta era diferente. Revolvíamos el hielo con versos, danzábamos entre números o nos perdíamos entre recuerdos. Hasta la luz huía del escándalo de nuestros juegos. No importaba nada más. Lo importante era volver. Jugar, bailar, la particular costumbre de buscarse entre la gente. 

Cierro los ojos, suenan rugidos, tal vez latidos, queman, escuecen, duelen. Eres tú. Te pienso, me calmo,  me olvido. Todo lo que incitaba a reencontrarnos se encontraba en esa misma sala, meciéndose entre las luces y levitando al ritmo de la música. Como esas sombras que jugaban a morderse, mientras nosotros escapábamos al compás. Noche tras noche, entre palabras escritas al aire y plasmadas a tu espalda. Un gesto, un mordisco, un empujón. Lo de afuera ya no interesaba. 

Una sombra titila, se dispersa, se extiende por el suelo y vuelve a empezar. Los huesos sobresalen, las pupilas se dilatan. Y escucho voces que gritan, callan, ladran y aúllan como lobos hambrientos. Hablan de dinero, de hacerse adulto, de madurar, de hacer lo que se debería hacer. 

Que esperen. Los niños que habitaron en nosotros hace tiempo que marcharon. Te encuentro buscando en tu memoria el momento en el que cambiaste el zumo por cerveza. Y cuando evaporas la última gota, tomas conciencia de que esa infancia se ha ido, de que inevitablemente la quisiste echar a patadas.

¿Qué será de nosotros cuando también pase el tiempo por nosotros, cuando crucemos aceras para evitarnos? ¿Qué sucederá cuando nos miremos desde la distancia y agachemos la mirada? Mientras tanto, allí estabas. Porque eras quien no se iba, justo al borde de la noche, entre copas vacías y ceniceros tan llenos. Entre toda esta gente, cuerpos juntos al cabo y para siempre.

Cuántas veces me habrás hablado aquí dentro, y qué pocas habré escuchado tu voz. La voz que no escuché en todos esos cuerpos, nunca descubiertos pero siempre recordados. Cuánta rabia desprendía tu cuerpo. Cuánta melancolía las luces encendidas, la música apagada, los límites y esa carne putrefacta que voy dejando tras de mí. Aún nos veo y me estremezco. Miran, señalan, se ríen, me pierdo. Esa satisfacción de ser tan imprescindibles como inalcanzables. Porque ya nunca volveremos a estar tan vivos como hoy.

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