28

jueves, 28 de diciembre de 2023

28: puede parecer una broma. Un número pequeño entre la infinitud. O quizás el más grande con el que hayamos soñado nunca. Seguramente un dos y un ocho sólo forman una cifra que no significan nada. Pero esconde todo aquello que nosotros queramos que simbolice.

Cuando te pregunten por nosotros, recuerda nuestras historias, compartidas por cada uno de los rincones que hemos visitado. Contemplando miles de luces de esas ciudades que nos han llevado de la mano. Albergando recuerdos en lo más profundo de nuestras miradas. Porque en cada historia hay miles de palabras cómplices.

Te pido perdón por tantas cosas. Por esos altibajos tan frecuentes últimamente, por mis profundos agobios o por mis inseguridades de siempre. Quizás nunca sepa devolverte todo lo que has cedido, ni cada gesto, ni cada palabra. Gracias por cada instante. Por la compañía. Por la comprensión. Por ser mi constante.

Cuando me pregunten por ti diré que eres buen conversador, que siempre se te ha dado bien escuchar. Que nunca dejaste de amar enseñar y que contigo aprendí lo inexplicable. Que prefieres lo importante, aquello que llaman lo inútil. Que te duermes imaginando ideas, siempre ideando. De las mismas de las que te acabaste enamorando. Y seguirán en esa burbuja por la que pasa un año más.

Y hoy, parece como si la imagen de aquel álbum te confesara: hoy es el día que te volví a conocer. Una casualidad como todas las causalidades. Como tantas benditas mariposas.

Era difícil escoger una foto juntos, pero siempre me gusta recordarnos viajando. En ciudades que nos gusta revisitar o en aquellas que aún nos faltan por conocer.

Al menos me hace ilusión pensarlo. Como darme cuenta de que aquí seguimos un año más. Como quien vuelve a casa. A una hecha realidad. 

Como los abrazos cumplidos. Una salvación en tantas ocasiones.

Siempre.

Puntos suspensivos

viernes, 15 de diciembre de 2023

Cerrar una etapa no solo ha supuesto una evidente liberación. Ahora me brotan los sentimientos más inevitables. Me desquité de parches inútiles. De tocar a tu puerta con demasiada moderación. De las malas noches adheridas al lenguaje científico. De los buenos días prefabricados y sus emails programados, los mismos evitaban el sonrojo de dirigirme a ti de madrugada. A medida que se desencadena cada mínimo paso, todo se hace más real.

Se acaban cinco años y dos meses en un solo día. Otra vez un 26.

Se acaba un año convulso, irreal e irremediablemente sincero. Sobre todo en su final. Bendito trimestre.

Se acaba una casa y se empieza un hogar. Demasiados titulares que abordar.

Sé que se acerca un fin de ciclo cuando me da por mirar lo que hacía hace años por estas fechas. Ayer abrí el mismo bloc de notas que luego acabaría desembocando en una tesis. También revisé fotos antiguas sin razón aparente. A veces comprobaba lo que transmitía la mirada en ese instante. Otras me buscaba en momentos en los que fui más despreocupada, más cohibida. En los que no me gustaba reír ante una cámara, hasta que poco a poco iba aprendiendo a enseñar mis mejores dientes. A que tampoco pasaba nada. Quién sabe si era más feliz. Más ingenua. O todo a la vez.

Hoy son las palabras más sencillas las que se acumulan a borbotones. Como quien da un refresco... agitado. ¿Será real lo que decías? Empiezo a pensar que son las palabras las que verdaderamente acaban más impregnadas de sensaciones. El poder del arte quizás siempre nos acaba salvando. Hay personas con las que nunca dejas de emocionarte.

Joder, otra vez he vuelto a llorar con canciones. Hasta con un email de los de siempre, pero con palabras que no asocié hacia mí. Con discursos no sometidos a control. Incluso he llorado con imágenes fugaces de recuerdos que no me pertenecen. Posibles síntomas de aprecio. Inevitables vínculos. Manos apretadas. Yo no entiendo de distancias, solo de que me cuentes cómo te sientes.

Y vuelve a invadirme la sensación de irrealidad constante. Me metieron en la puta cabeza el qué pintaba yo aquí. En forma de una insidiosa máscara, como más se adentra. Como si la mariposa hubiera desviado su trayectoria real por culpa de mis cuernos. Que no era yo, que qué hago aquí. La impostora no debería sentirse así de feliz. Como si acaso el azar se sometiera a control. ¿Quién eres tú? Joder, con lo que me gusta esa canción y me la estás destrozando con tu mantra. Con una caricatura de ti mismo.

Quizás solo necesite vomitar el fantasma, temiendo que siga siendo real fuera de mi cabeza.

Mañana será otro día.




Después de la catarsis

jueves, 14 de diciembre de 2023

Conocí el abismo el año que aspirábamos a más...

En la calma llegó el abismo. Necesitaba escribir con todas mis fuerzas. Sentarme frente a una pantalla en blanco, con la ciudad dormitando detrás de una ventana. Vomitar tantos momentos que no tuve tiempo de digerir. Llorar a oscuras sin saber bien lo que había en cada cajón. Hasta que los abres y te das cuenta de que no estabas tan sola. De que había personas esperando que regresaras.

El año en el que prometí quererme más comenzó en una habitación demasiado cálida para el frío que hacía fuera. Con personas que llevaban gorritos navideños y a veces cantaban villancicos en tu puerta, pero a los que un uniforme verde o una bata blanca les acababa delatando. Cada toma de temperatura te hacía volver súbitamente a la realidad que suponía pasar las navidades en una habitación de hospital. Pese a todo, la fiesta la pretendíamos fingir. El propósito se tornó, cuanto menos, complicado.

No solo no me quise más, sino que me odié. Hablando de odios, mi madre odia pedir ayuda, y mucho más dar cualquier atisbo de pena. Por eso me pidió que le prometiera no volver a visitarla. No volver a pasar más noches en vela. Que la siguiente imagen que tuviera de ella fuese en casa. Recuperada. ¿Quién es ella para seguir tratándome como a una niña de 32 años? ¡Déjame hacerlo tal y como lo harías por mí! Su forma de no hacerme sufrir me reconcomía aún más. Pero ella no lo sabía, precisamente era yo quien no se lo decía. Y entre una y otra, la casa sin barrer. Posiblemente haya pocas decisiones más difíciles que contradecir a tus deseos con tal de no hacer sufrir a tu propia madre. 

El año siguió adelante, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. Ardíamos en redes por aquello en lo que siempre creímos. Nos desengañamos de todo aquello que no relucía tan fucsia como parecía. Entendimos aquello de que un cielo en un infierno cabe. Latimos hasta en cabinas de dj's. Pero no dejaba de ser el año del abismo. De la incertidumbre y de santa impostora. De criterios cuestionables o comer dos veces al día si no había cosas más prioritarias que hacer, según mi mal entender. A veces me venían noticias tan maravillosas que realmente pensaba que no me las merecía. No sabría darte una respuesta objetiva, y eso sí que me jodía. Ese sentimiento de culpabilidad, que nunca se marchó del todo, volvía más fuerte que nunca. Aunque mi constante me acariciara el pelo antes de dormir susurrando que todo saldría bien, yo me mantenía firme en ser esa incrédula que se daba a aborrecer. Cada alegría acababa torciéndose de algún modo, al fin y al cabo porque yo las estrujaba en mi cabeza. Y me sentía aún peor por no saber valorar cada una de ellas. Instalada en el desastre, mirando a un lado y a continuar.

Pero chica, has publicado en el Hola!, algo habrás hecho bien en el camino. Aunque sea hacer fotos, ¿no?

Con el siguiente ingreso de mi madre tuve que parar. Decir "hasta aquí. No puedo seguir escribiendo. Ni puedo con la presión de a ver quién publica primero." Y lo mejor de todo: no pasó nada. La vida seguía, y lo que era impensable parecía real: la gente me comprendía. Por suerte algo había cambiado en ella respecto a la última habitación de hospital, pero también en mí. Mi madre volvió a necesitar agarrar mi mano cada noche. Sin importarle nada más. Por fin decidió pensar en ella. Y yo, por suerte, volví a sentirme completa. Pude hacerlo por ti.

A partir de ese momento, el aleteo de la mariposa hizo de las suyas. Una vez más. Y quizás hubo regalos que aparecieron en el instante preciso. O, simplemente, cuando he estado preparada para valorarlos. Desde girar la cabeza y descubrir que en la mesa de al lado hay una compañera que te estaba apoyando en silencio, hasta levantar el móvil y sonreír en mitad de una reunión. En la vida hay regalos tan inesperados que solo puedes tratarlos con normalidad para apreciarlos como se merecen. ¡Yuju! 

...espera, ¿en qué momento sucedió eso? 

Si vimos sombras, es que siempre hubo luz.

Porque hay gente que aunque no esté en la mesa de al lado, son capaces de colarse hasta en el baño con tal de sostenerte. O hacerte reír cinco minutos seguidos. De una u otra forma, parece que el baño siempre será buena opción. Por lo que sea. A veces me refugio en mensajes y los acabo releyendo por si se me olvidan, por si se arrepienten. Por si acaso no eran reales. O quizás por miedo a que desaparezcan. Otras veces no soy capaz de volver a esas palabras, por si la próxima vez me quedan grandes.

Hoy fue un día en el que tomar conciencia de que había personas que te arropaban, incluso sin ser consciente de que estuvieron siempre ahí. Quizás a veces hay que ser menos prudente para fijarte mejor en ellas. Echaba de menos salir de la cueva y escuchar esa voz diciendo: "con qué cariño guardo los tiempos que compartimos. Si me necesitas, llámame. Si estás cansada, envíamela que te la reviso." 

Puede parecer una tontería, pero escribiendo recuerdo esas sensaciones que creía olvidadas. Sigo amando escribir. Por eso sigo siendo callada aunque me abra en canal. Una persona a la que admiro demasiado me dijo hace mucho tiempo: "me gusta cuando escribes porque consigues que quien te lee se identifique con esas mismas palabras." Pocos cumplidos se asemejan a ese cuando admiras tanto la escritura. 

Sigo frente a esta pantalla, que ya no asusta en blanco. Pienso en personas que se fueron y en las que se quedaron para siempre. El futuro parpadea a lo lejos, entre las paredes de una fachada que asoma bajo las montañas. La Universidad también era eso, fachadas distinguidas por las luces que proyectan. Echaré de menos las vistas desde aquí. 

Pero me quedo con las manos que no me dejarán caer.



Todo parecía una fotografía más...

viernes, 1 de enero de 2021

A veces me da pereza pensar en estas fechas. Cada Navidad solía ser idéntica a la anterior, con los mismos rostros, los mismos reproches y el mismo cariño. El olor a la comida en casa de mi abuela, los aplausos cuando celebrábamos no ser los últimos en llegar. Con una mano poner la mesa y con la otra escribir sms a toda la agenda del teléfono, y más allá. Intentando que cada mensaje fuera el más bonito que fuesen a recibir esa noche. Las mismas sillas, aunque cada año fuese sobrando más sitio. Todo intacto. Pero te haces mayor, supongo, y descubres con perspectiva en qué consiste ser familia. O la amistad. O cómo nace el amor.

«Las palabras del año pasado pertenecen al lenguaje del año pasado. Las palabras del próximo año esperan otra voz.»

(T. S. Eliot)

Un próximo 2021. Un 2020 del que se han dicho tantas cosas.

El año que tumbó nuestros calendarios. El año de la mirada. El año en el que vivimos tras el cristal. Desde una aparente protección que da esa transparencia, hecha a medida. Ese refugio en el que, con suerte, podemos llamar hogar. Lejos de las raíces, pero en un continuo bucle. Un bucle en el que me veo como un desastre ante el espejo. Una rutina de qué hacer si no puedo dormir = amanecer tras una pantalla. Dormir, despertar, mirar el móvil, “no me escribe nadie”, volver al ordenador. Leer. Escribir. Volver a leer la mierda que escribiste. A veces también me gustaba hablar con personas cercanas, solo por contar lo que me ha pasado por la cabeza. Personas hoy verdaderas, a las que agradezco cada palabra y cada silencio, incluso hablando sola. Al menos así la vida iba pasando. A veces, pasando sin nosotros.

Rescato un email de mayo en el que escribí que no creía que hiciera falta una pandemia para que algunos tirasen de egoísmo o simpleza, tal y como se ha visto últimamente, pero que pretendía intentar mirar más allá de cualquier filtro. Quedarme con ciertos momentos de esperanza y de liberación de ese sentimiento de cautividad. El afecto sobre todo, el ver los ojos de un amigo, el abrazarnos con la mirada, o incluso el ser partícipe del crecimiento de un sobrino. La calma es mayor con tan solo saber quiénes estarán ahí, quiénes estarán al otro lado.

«Y entonces te das cuenta: casi nada de lo que creías esencial, nada material, ha superado el límite de los tiempos remotos. Todo lo que llevas cabe en la palma de tu mano. Es suficiente. Es todo.»

(Ferdinando Scianna)

Este año quizás ha mermado mi capacidad de sorprenderme, pero a veces me da por pensar en cómo serán las cosas en ese momento. Lo que llaman “el día después”. Hace tiempo que no estáis aquí, y me da vértigo no saber dónde mirar cuando volváis a decir mi nombre. Después de todo, ¿huiremos del miedo? ¿nos pesará el desasosiego? ¿sabré volver a abrazarte lo suficiente? O, lo más importante: ¿seguirás ahí? En definitiva, todo lo que conforma el olor de una vida reconocible. Porque durante este tiempo ha cambiado el color, la intimidad, el amor. Aprendimos a respirar de nuevo, bajo otra esencia, en medio de una tempestad que olía a gel hidroalcohólico. Nos hablaban de burbujas, de círculos cerrados, pero en esa intersección he sentido un vacío del que ahora saco muchas respuestas. Y no una simple lista de propósitos de año nuevo. Porque me hace gracia pensar en esa cierta esperanza que nos rodea, en la que dejarán de ocurrir adversidades solo porque un 0 cambie a un 1.

Ojalá menos pantallas. Ojalá más risas, de las de verdad. Ojalá echaros menos de menos. Empezar a asumir que cambio de década, que me emociono con suma facilidad y que me parezco cada vez más a mi madre. Tampoco me imaginaba que se podría sentir aún más orgullo hacia mis padres y hacia toda su entereza. Ser consciente de que cada precariedad que a veces roba más que un virus.

Y tener más dudas, más indignación de las que te hacen gritar contra la televisión y contra la injusticia en general. Despeinados y, cuando se pueda, también viajando. Y, en definitiva, juntos. Con salud, y que sigamos sobreviviendo emocionalmente.

Como quien vuelve a casa.

Como los abrazos cumplidos. Una salvación en tantas ocasiones.


«Y cuando todo el mundo se iba

y nos quedábamos los dos

entre vasos vacíos y ceniceros sucios,

qué hermoso era saber que estabas

ahí como un remanso,

sola conmigo al borde de la noche,

y que durabas, eras más que el tiempo,

eras la que no se iba.»

(Julio Cortázar)

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