Todo parecía una fotografía más...

viernes, 1 de enero de 2021

A veces me da pereza pensar en estas fechas. Cada Navidad solía ser idéntica a la anterior, con los mismos rostros, los mismos reproches y el mismo cariño. El olor a la comida en casa de mi abuela, los aplausos cuando celebrábamos no ser los últimos en llegar. Con una mano poner la mesa y con la otra escribir sms a toda la agenda del teléfono, y más allá. Intentando que cada mensaje fuera el más bonito que fuesen a recibir esa noche. Las mismas sillas, aunque cada año fuese sobrando más sitio. Todo intacto. Pero te haces mayor, supongo, y descubres con perspectiva en qué consiste ser familia. O la amistad. O cómo nace el amor.

«Las palabras del año pasado pertenecen al lenguaje del año pasado. Las palabras del próximo año esperan otra voz.»

(T. S. Eliot)

Un próximo 2021. Un 2020 del que se han dicho tantas cosas.

El año que tumbó nuestros calendarios. El año de la mirada. El año en el que vivimos tras el cristal. Desde una aparente protección que da esa transparencia, hecha a medida. Ese refugio en el que, con suerte, podemos llamar hogar. Lejos de las raíces, pero en un continuo bucle. Un bucle en el que me veo como un desastre ante el espejo. Una rutina de qué hacer si no puedo dormir = amanecer tras una pantalla. Dormir, despertar, mirar el móvil, “no me escribe nadie”, volver al ordenador. Leer. Escribir. Volver a leer la mierda que escribiste. A veces también me gustaba hablar con personas cercanas, solo por contar lo que me ha pasado por la cabeza. Personas hoy verdaderas, a las que agradezco cada palabra y cada silencio, incluso hablando sola. Al menos así la vida iba pasando. A veces, pasando sin nosotros.

Rescato un email de mayo en el que escribí que no creía que hiciera falta una pandemia para que algunos tirasen de egoísmo o simpleza, tal y como se ha visto últimamente, pero que pretendía intentar mirar más allá de cualquier filtro. Quedarme con ciertos momentos de esperanza y de liberación de ese sentimiento de cautividad. El afecto sobre todo, el ver los ojos de un amigo, el abrazarnos con la mirada, o incluso el ser partícipe del crecimiento de un sobrino. La calma es mayor con tan solo saber quiénes estarán ahí, quiénes estarán al otro lado.

«Y entonces te das cuenta: casi nada de lo que creías esencial, nada material, ha superado el límite de los tiempos remotos. Todo lo que llevas cabe en la palma de tu mano. Es suficiente. Es todo.»

(Ferdinando Scianna)

Este año quizás ha mermado mi capacidad de sorprenderme, pero a veces me da por pensar en cómo serán las cosas en ese momento. Lo que llaman “el día después”. Hace tiempo que no estáis aquí, y me da vértigo no saber dónde mirar cuando volváis a decir mi nombre. Después de todo, ¿huiremos del miedo? ¿nos pesará el desasosiego? ¿sabré volver a abrazarte lo suficiente? O, lo más importante: ¿seguirás ahí? En definitiva, todo lo que conforma el olor de una vida reconocible. Porque durante este tiempo ha cambiado el color, la intimidad, el amor. Aprendimos a respirar de nuevo, bajo otra esencia, en medio de una tempestad que olía a gel hidroalcohólico. Nos hablaban de burbujas, de círculos cerrados, pero en esa intersección he sentido un vacío del que ahora saco muchas respuestas. Y no una simple lista de propósitos de año nuevo. Porque me hace gracia pensar en esa cierta esperanza que nos rodea, en la que dejarán de ocurrir adversidades solo porque un 0 cambie a un 1.

Ojalá menos pantallas. Ojalá más risas, de las de verdad. Ojalá echaros menos de menos. Empezar a asumir que cambio de década, que me emociono con suma facilidad y que me parezco cada vez más a mi madre. Tampoco me imaginaba que se podría sentir aún más orgullo hacia mis padres y hacia toda su entereza. Ser consciente de que cada precariedad que a veces roba más que un virus.

Y tener más dudas, más indignación de las que te hacen gritar contra la televisión y contra la injusticia en general. Despeinados y, cuando se pueda, también viajando. Y, en definitiva, juntos. Con salud, y que sigamos sobreviviendo emocionalmente.

Como quien vuelve a casa.

Como los abrazos cumplidos. Una salvación en tantas ocasiones.


«Y cuando todo el mundo se iba

y nos quedábamos los dos

entre vasos vacíos y ceniceros sucios,

qué hermoso era saber que estabas

ahí como un remanso,

sola conmigo al borde de la noche,

y que durabas, eras más que el tiempo,

eras la que no se iba.»

(Julio Cortázar)

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