La suerte del ocaso

jueves, 10 de marzo de 2016

No importa dónde convergen cielo y tierra,
en ese preciso instante
donde el día se reencuentra con la noche
tejiendo horizontes lejanos.


Aún hoy recuerdo esa estela
de aquellos cuatro años de garantía estimados
en una ciencia de sueños,
de nosotros y del ello
condicionando hasta lo más morboso del ser humano.

La piel erizada,
el destello de tus ojos
mientras la utilidad de tus labios
cosía todos mis horizontes truncados.

Preferí escribir antes que hablar
el silencio frente al ruido
quebrarme la voz en una mirada,
caer al enigma de mí misma.

Hice correr ríos que nunca han existido,
atravesé el viento con tu voz
admirando la ferocidad
con la que derrotaste mi rutina
desnudando mis propios pensamientos
durante meses desatados.

Soy quien esperó la conclusión
de una azarosa y feliz historia.
Fui una afortunada, lo admito,
ignorando que la vida se cierra
como se rinde el cielo.

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