Retales y mordiscos

viernes, 14 de diciembre de 2018


Sentado en la silla giratoria frente al escritorio, con un álbum de fotos en tu regazo, contemplas el rostro de un recién nacido. Una burbuja infantil. Sus ojos redondos te devuelven la mirada, su expresión de desconcierto y franca curiosidad hacen que sientas una especie de hueco en las entrañas. Sabes que ese bebé eres tú, pero tan solo sabes de ti lo que otros te han contado. El hecho de que tengáis algo en común te parece tan increíble como las arrugas de tu frente que hoy te hacen pensar.
Con la más tenue de las sonrisas en los labios, recuerdas aquellos días en que salir del colegio y ver que tu madre te está esperando, caminar sin rumbo o esas meriendas en casa de tu abuela eran las cosas que realmente te hacían feliz. Pasarán los años, pensarán que te aburres o que estás cansado de estar aquí. Y no deben pensar que estás mal, porque mañana no lo estarás. Pero te vencerá el pudor.
Giras en la silla frente al escritorio, abres los ojos mirando aún ese álbum de fotos, te encuentras buscando en tu memoria el momento en que cambiaste los zumos por cerveza. Imaginas las esperanzas que auguraron en ti en ese instante. Tú, que serás inteligente, que podrás hacer muchas cosas: revolucionarás el sistema, tratarás de mejorar la educación, promover y promorder la cultura. Te quedarás con lo importante, aquello que llaman lo inútil. Y solo son ideas, pero serán tus ideas. De las mismas de las que te acabarás enamorando. Y seguirán en esa burbuja por la que pasa un año más.
Y hoy, parece como si la imagen de ese álbum te confesara: hoy es el día que te volví a conocer. Una casualidad como todas las causalidades.
Aunque pierdas las ganas y la fe en la humanidad, de ti aprendo todo aquello que en el mundo no puede conocerse. Una verdad sin apellidos. Esa paz preludio a la guerra que pone nerviosos a los valientes, que convierte en heroicos a los cobardes.
Lucha, descubre, critica, cuestiona. Quédate en los detalles. Quédate con quien te los muestre. Decepciónate. Y en un día como hoy, sentado en esa silla giratoria frente al escritorio, no aprendas a cumplir más años que promesas.

Emociones

martes, 20 de noviembre de 2018


Allí. Donde tus ojos toman forma.

Labios rojos. Cimas de curva y asfalto. De grises y sombras reflejadas en nuestros cuerpos. Ni siquiera te conocía, pero jugábamos a entrecruzar estas miradas inevitables. Una simple distracción que me hacía olvidar el fracaso de la noche anterior o las horas ancladas al trabajo. Cada fiesta era diferente. Revolvíamos el hielo con versos, danzábamos entre números o nos perdíamos entre recuerdos. Hasta la luz huía del escándalo de nuestros juegos. No importaba nada más. Lo importante era volver. Jugar, bailar, la particular costumbre de buscarse entre la gente. 

Cierro los ojos, suenan rugidos, tal vez latidos, queman, escuecen, duelen. Eres tú. Te pienso, me calmo,  me olvido. Todo lo que incitaba a reencontrarnos se encontraba en esa misma sala, meciéndose entre las luces y levitando al ritmo de la música. Como esas sombras que jugaban a morderse, mientras nosotros escapábamos al compás. Noche tras noche, entre palabras escritas al aire y plasmadas a tu espalda. Un gesto, un mordisco, un empujón. Lo de afuera ya no interesaba. 

Una sombra titila, se dispersa, se extiende por el suelo y vuelve a empezar. Los huesos sobresalen, las pupilas se dilatan. Y escucho voces que gritan, callan, ladran y aúllan como lobos hambrientos. Hablan de dinero, de hacerse adulto, de madurar, de hacer lo que se debería hacer. 

Que esperen. Los niños que habitaron en nosotros hace tiempo que marcharon. Te encuentro buscando en tu memoria el momento en el que cambiaste el zumo por cerveza. Y cuando evaporas la última gota, tomas conciencia de que esa infancia se ha ido, de que inevitablemente la quisiste echar a patadas.

¿Qué será de nosotros cuando también pase el tiempo por nosotros, cuando crucemos aceras para evitarnos? ¿Qué sucederá cuando nos miremos desde la distancia y agachemos la mirada? Mientras tanto, allí estabas. Porque eras quien no se iba, justo al borde de la noche, entre copas vacías y ceniceros tan llenos. Entre toda esta gente, cuerpos juntos al cabo y para siempre.

Cuántas veces me habrás hablado aquí dentro, y qué pocas habré escuchado tu voz. La voz que no escuché en todos esos cuerpos, nunca descubiertos pero siempre recordados. Cuánta rabia desprendía tu cuerpo. Cuánta melancolía las luces encendidas, la música apagada, los límites y esa carne putrefacta que voy dejando tras de mí. Aún nos veo y me estremezco. Miran, señalan, se ríen, me pierdo. Esa satisfacción de ser tan imprescindibles como inalcanzables. Porque ya nunca volveremos a estar tan vivos como hoy.

Suicidio

domingo, 25 de febrero de 2018

La frontera de lo inabarcable,
lo infinito o la nada.
Cómo explicarte a qué sabe la eternidad
bailando con un demonio a tu espalda.

Oculta entre la belleza
del rostro que hoy habitas,
como un silencio en la música,
como un cero a la izquierda.

Sin metáforas ni promesas,
en la fiesta de tu cuerpo.
El quiebro de tu boca ardiendo
al baile eterno de estrellas.

Mientras buscas una mirada
que encienda todos tus restos,
como si no me conocieras,
como si atravesaras estos versos.

Estoy allí cuando me piensas,
siempre a destiempo.

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