Después de la catarsis

jueves, 14 de diciembre de 2023

Conocí el abismo el año que aspirábamos a más...

En la calma llegó el abismo. Necesitaba escribir con todas mis fuerzas. Sentarme frente a una pantalla en blanco, con la ciudad dormitando detrás de una ventana. Vomitar tantos momentos que no tuve tiempo de digerir. Llorar a oscuras sin saber bien lo que había en cada cajón. Hasta que los abres y te das cuenta de que no estabas tan sola. De que había personas esperando que regresaras.

El año en el que prometí quererme más comenzó en una habitación demasiado cálida para el frío que hacía fuera. Con personas que llevaban gorritos navideños y a veces cantaban villancicos en tu puerta, pero a los que un uniforme verde o una bata blanca les acababa delatando. Cada toma de temperatura te hacía volver súbitamente a la realidad que suponía pasar las navidades en una habitación de hospital. Pese a todo, la fiesta la pretendíamos fingir. El propósito se tornó, cuanto menos, complicado.

No solo no me quise más, sino que me odié. Hablando de odios, mi madre odia pedir ayuda, y mucho más dar cualquier atisbo de pena. Por eso me pidió que le prometiera no volver a visitarla. No volver a pasar más noches en vela. Que la siguiente imagen que tuviera de ella fuese en casa. Recuperada. ¿Quién es ella para seguir tratándome como a una niña de 32 años? ¡Déjame hacerlo tal y como lo harías por mí! Su forma de no hacerme sufrir me reconcomía aún más. Pero ella no lo sabía, precisamente era yo quien no se lo decía. Y entre una y otra, la casa sin barrer. Posiblemente haya pocas decisiones más difíciles que contradecir a tus deseos con tal de no hacer sufrir a tu propia madre. 

El año siguió adelante, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. Ardíamos en redes por aquello en lo que siempre creímos. Nos desengañamos de todo aquello que no relucía tan fucsia como parecía. Entendimos aquello de que un cielo en un infierno cabe. Latimos hasta en cabinas de dj's. Pero no dejaba de ser el año del abismo. De la incertidumbre y de santa impostora. De criterios cuestionables o comer dos veces al día si no había cosas más prioritarias que hacer, según mi mal entender. A veces me venían noticias tan maravillosas que realmente pensaba que no me las merecía. No sabría darte una respuesta objetiva, y eso sí que me jodía. Ese sentimiento de culpabilidad, que nunca se marchó del todo, volvía más fuerte que nunca. Aunque mi constante me acariciara el pelo antes de dormir susurrando que todo saldría bien, yo me mantenía firme en ser esa incrédula que se daba a aborrecer. Cada alegría acababa torciéndose de algún modo, al fin y al cabo porque yo las estrujaba en mi cabeza. Y me sentía aún peor por no saber valorar cada una de ellas. Instalada en el desastre, mirando a un lado y a continuar.

Pero chica, has publicado en el Hola!, algo habrás hecho bien en el camino. Aunque sea hacer fotos, ¿no?

Con el siguiente ingreso de mi madre tuve que parar. Decir "hasta aquí. No puedo seguir escribiendo. Ni puedo con la presión de a ver quién publica primero." Y lo mejor de todo: no pasó nada. La vida seguía, y lo que era impensable parecía real: la gente me comprendía. Por suerte algo había cambiado en ella respecto a la última habitación de hospital, pero también en mí. Mi madre volvió a necesitar agarrar mi mano cada noche. Sin importarle nada más. Por fin decidió pensar en ella. Y yo, por suerte, volví a sentirme completa. Pude hacerlo por ti.

A partir de ese momento, el aleteo de la mariposa hizo de las suyas. Una vez más. Y quizás hubo regalos que aparecieron en el instante preciso. O, simplemente, cuando he estado preparada para valorarlos. Desde girar la cabeza y descubrir que en la mesa de al lado hay una compañera que te estaba apoyando en silencio, hasta levantar el móvil y sonreír en mitad de una reunión. En la vida hay regalos tan inesperados que solo puedes tratarlos con normalidad para apreciarlos como se merecen. ¡Yuju! 

...espera, ¿en qué momento sucedió eso? 

Si vimos sombras, es que siempre hubo luz.

Porque hay gente que aunque no esté en la mesa de al lado, son capaces de colarse hasta en el baño con tal de sostenerte. O hacerte reír cinco minutos seguidos. De una u otra forma, parece que el baño siempre será buena opción. Por lo que sea. A veces me refugio en mensajes y los acabo releyendo por si se me olvidan, por si se arrepienten. Por si acaso no eran reales. O quizás por miedo a que desaparezcan. Otras veces no soy capaz de volver a esas palabras, por si la próxima vez me quedan grandes.

Hoy fue un día en el que tomar conciencia de que había personas que te arropaban, incluso sin ser consciente de que estuvieron siempre ahí. Quizás a veces hay que ser menos prudente para fijarte mejor en ellas. Echaba de menos salir de la cueva y escuchar esa voz diciendo: "con qué cariño guardo los tiempos que compartimos. Si me necesitas, llámame. Si estás cansada, envíamela que te la reviso." 

Puede parecer una tontería, pero escribiendo recuerdo esas sensaciones que creía olvidadas. Sigo amando escribir. Por eso sigo siendo callada aunque me abra en canal. Una persona a la que admiro demasiado me dijo hace mucho tiempo: "me gusta cuando escribes porque consigues que quien te lee se identifique con esas mismas palabras." Pocos cumplidos se asemejan a ese cuando admiras tanto la escritura. 

Sigo frente a esta pantalla, que ya no asusta en blanco. Pienso en personas que se fueron y en las que se quedaron para siempre. El futuro parpadea a lo lejos, entre las paredes de una fachada que asoma bajo las montañas. La Universidad también era eso, fachadas distinguidas por las luces que proyectan. Echaré de menos las vistas desde aquí. 

Pero me quedo con las manos que no me dejarán caer.



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