Porque hay sitios con historia, lugares con encanto y paisajes donde perderse. Y, superando todo eso, se encuentra Granada. Luces y sombras de una misma ciudad, instantes de recuerdos para no olvidar. Un testigo mudo de un sinfín de encuentros, donde cada día había algo nuevo que descubrir y cientos de palabras por escuchar. En todos ellos estuviste presente, junto a mí. Crecimos como persona y supimos ver más allá de cada palabra, de cada fotografía, de cada sonrisa. Incluso de nuevas compañías, aquellas personas que hoy perduran y cuya amistad se mantiene firme, compartiendo momentos únicos que sólo aquí podríamos revivir. Y allí, donde todo empezó, también creció algo en nuestro interior. Seguramente, sin remedio y sin darnos cuenta. Porque nunca podré olvidar mi primer invierno únicamente junto a ti. Cómo olvidar esas fechas tan significativas para nosotros,
y que seguramente nadie más entienda. Porque podrán pasar los años,
vivir nuevos momentos, pero todas ellas perdurarán siempre. Por ser tú,
solo tú y nadie mejor que tú para poder compartirlas. Y es que, se
equivocaron al decir que el hombre ya no iba a dar a luz a ninguna
estrella. No te conocieron entonces.
Aunque según tú no seas nadie, a mí ya me demostraste todo lo que
eres. Ni dos letras mal unidas a la inversa ni mucho menos CO2; eres mi
O2 particular, el que me da aliento cuando me siento sin fuerzas. Porque eres
tú quien va a cambiar el mundo que destrozarán las teorías de la
humanidad. Con mi poca ayuda sobreviviste a algo a lo que yo me hubiese
hundido, estoy segura. En todo este tiempo has demostrado una gran
fortaleza interior, por no decir la fortaleza necesaria para aguntar a
esta verdadera insoportable que se encuentra aquí escribiendo.
Siempre he sentido que estabas ahí, escuchándome, apoyándome, soltando
cualquier tontería para arrancarme una sonrisa o dedicándome las
palabras más bonitas que nunca antes haya escuchado. Y ahora que te has
convertido en mi otra mitad, no quiero que te marches nunca. Porque, por
muchos años que pasen y por muchos otros que lleguen, algunas cosas
nunca cambiarán.
En
definitiva, como ya te he repetido hasta la saciedad, tú eres más que
todo eso y menos de lo que no eres. Y aunque ha habido y seguirán
habiendo asuntos que nos perturben, sé que no está en mi mano
cambiarlos. Porque, si fuera así, te brinddaría todo aquello que
pidieras. Por ello, lo que sí puedo ofrecerte son estas palabras
sinceras llenas de cariño, una mano a la que agarrarte si alguna vez
caes, o simplemente una compañía que siempre te estará esperando con
infinitas ganas de conversar, reír o amar. Y nunca lo olvides, gruita
cuando te estés ahogando, o simplemente cuando quieras desahogarte.
Gracias a tus alas me hiciste volver a vivir cosas que ya creía olvidadas, trayendo recuerdos que aún hoy me hacen sonreír. Quizás nada de esto hubiese ocurrido, quizás ahora mismo estaría lamentando una decepción tras otra. Por eso, debo agradecerte que me hayas descubierto, que me hayas salvado de todas esas sombras; incluso, de mí misma. Porque la perfección no existe solamente en el cielo, porque disfrutamos de cada amanecer junto a su atardecer, de cada gota de lluvia, de cada maravilla ante nuestros ojos.... quedémonos con ese instante, con ese recuerdo, sin preocuparnos del tiempo que nos queda.
Porque ahí es donde guardamos un trozo de nuestra vida, un pedazo de nosotros mismos. Ahí estaré yo cada vez que no puedas verme o cada vez que estés ausente. Sí, ahí estaré contigo, para siempre.
¿Lo adivinas?