Antes de salir se ducha, se pinta la raya del ojo, se da rimmel y se dibuja una sonrisa perfecta con la que encarar el encuentro. Cuida los detalles, la ropa que lleva combina e incluso realza su figura, los rizos de su melena están definidos y el tinte aclarando un par de tonos, impecable. La voz suave, dulce, solícita. Los movimientos, estudiados, cada palabra, la apropiada, la que él espera oír -algunos momentos-, la que le sorprenda y le arranque una carcajada -otros-.
Cuando llega a casa, cansada, cambia los tacones por calcetines gruesos, se desmaquilla y se sienta en el sofá. Repasa las horas pasadas, las palabras nunca dichas que se guardó, los silencios que rellenó con lo que no quería decir.
Disfraz, todo es disfraz. Tener la palabra precisa en los labios, la sonrisa que espera ver. Vestirse para que quiera desnudarla, decir únicamente lo justo, que él quiera oír más. Jugar a esconderse tras siete velos que él irá levantando poco a poco. Porque sin misterio, ella pierde la partida, porque para ganarla hay que jugar, y entrando en el juego, lo importante no es únicamente qué tal sea la mano que te ha tocado.
Disfraz, todo es disfraz. Faroles. Todo es ocultar quien es hasta ser quien él quiere tener cerca.
Todo es olvidar quien es hasta ser alguien que él quiera recordar.
Disfraz, todo es disfraz.
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Se cumplen hoy varios aniversarios... distintos entre sí y lejanos en el tiempo.
María, nunca te olvidaremos.
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