Llegaste. Era un día soleado, en el aún caluroso mes de octubre. Estaba sola. No te había visto venir. Los rayos del sol estaban sobre mí, me impedían ver con claridad. Pensé que estaba alucinando. Lo pensé hasta que te vi. Te acercaste sigilosamente a donde estaba. No podía creerlo. Aunque tampoco me sorprendí. Eras tú. Y estabas ahí, en frente de mí. Sinceramente no supe qué decir. Estaba estupefacta. Me saludaste. Lo hice yo también. Tanto tiempo que había esperado por ese momento… y por fin se me presentaba. Te sentaste a mi lado, como si la última vez que nos hubiésemos visto fuese el día de ayer, te sentaste como si jamás te hubieras ido. Hablaste. Hablaste palabras sin sentido, mientras hacía un intento vano por concentrarme. Tus palabras se oían como susurros. Se oían lejanas. No llegué a escuchar siquiera una oración completa.
Seguía pensando. Pero ya no sé si era en ti. Por primera vez deseaba que eso no me estuviera pasando. Deseaba no estar ahí, con él. Deseaba irme. Por primera vez no supe qué contestarte. Tenía tanto por decirte, tanto por reprocharte, tanto por confesarte. Hacía un esfuerzo tremendo para ser capaz de decirte todo, pero no pude. Mis palabras no quisieron salir de mi boca. Mi voz, ni siquiera se oía. Realmente, en ese momento, sentí una opresión en el pecho, pero no sé a qué se debía. Quería decirte lo mucho que te había extrañado, eso quería. Quería tocarte, quería acariciarte, quería besarte, quería tenerte. Quería, pero no podía. Algo impidió que lo hiciera. Tenía miedo. Tenía miedo de volverte a perder, de que te vayas, de no poder verte nunca más. No dije nada. Me conformé con tus palabras. Con tus palabras, aún sabiendo que eran falsas, incentivaron mis lágrimas emocionales. No sé si eran por emoción o por dolor, no lo sé. Verdaderamente sentía unas inmensas e incontrolables ganas de llorar. Pero como pude, por el momento, me contuve. Bajé la mirada, para no tener que mirarte a los ojos. Sinceramente, no sabía con qué iba a encontrarme.
Tomé aire, suspiré. Volví a respirar. Intenté calmarme. Estaba casi temblando. Levanté la mirada y decididamente, me atreví a mirarte. No sé qué sentí en ese momento, ni aunque me acordase podría describirlo con palabras. Te miré, luego miré a tus ojos. Y por primera vez había olvidado que hace mucho no te veía. Sinceramente tan cambiado no te encontré. Siempre te encontraba atractivo. Siempre me gustaste. En ese momento supe que no importaban las palabras, ni ese tiempo que no estuviste conmigo. No importaba siquiera la razón por la que te habías ido. Fue como si el tiempo volviese atrás. Como si el tiempo se hubiese frenado en tus ojos. Nada era tan relevante como para impedir que yo esté allá, contigo. Los minutos no corrían, y yo estaba desorientada. No sabía qué hacía. Sentí, por primera vez en mucho tiempo, que mi mundo por fin volvía a su órbita; que mi camino, por fin era el que yo había elegido. Sentí que nada podía arruinar ese momento. Ni siquiera el saber que en cualquier momento tendrías que irte. Ambos permanecimos callados, mirándonos. Sinceramente, en ese momento, no me importaba nada. Estuvimos así, aprendiéndonos, varios minutos. No quería arruinar ese momento. No quería que acabase. Sólo recuerdo que me quedé perdida en tu mirada, que no pude evitar volver a sentir que eres capaz de enamorarme completamente sin decir siquiera una palabra.
Sólo recuerdo que no dije nada, porque mi mirada ya lo decía todo. Delataba lo mucho que me habías hecho falta, lo mucho que te extrañaba. Ni en un instante de esos días sin ti supe lo que era olvidarte. Pero eso ya no importaba. En ese momento, estabas conmigo. Tenía tantas palabras, pero sencillamente no sabía cómo expresarlas. Era tanto lo que sentía que había olvidado que ese momento, tenía que disfrutarlo. Me hubiera gustado tener el valor suficiente para reclamarte tantas cosas, en ese momento que podía, mientras miraba tus ojos. Pero sentí, que ese no era el momento oportuno. Siempre digo lo mismo, pero la verdad es por mi cobardía; tengo miedo de llegar a decir algo, que termine con algo que todavía ni empezó. Sinceramente no me importó si estabas en mis planes o no. Sabía perfectamente lo impredecible que eras. Siempre me gustó eso de ti.
Me bastaba con el sólo hecho de saber que ahí estabas. Con eso sólo ya me alcanzaba, y quizá, hasta sobraba. Me abrazaste y yo correspondí a tu abrazo. En ese momento percaté en lo mucho que te había extrañado, en lo mucho que me hacías falta. No necesitaste mucho más que un beso y un abrazo, para hacerme volver a sentir que estoy completamente loca. No necesitaste mucho, para que yo compruebe que eres lo que quiero y necesito en mi vida.
Ahora entiendo el por qué.
No hay comentarios:
Publicar un comentario