Nunca sabréis el motivo de esta carta. No porque no vaya a contároslo, sino porque ni siquiera me iba a molestar en enviarla. Hace mucho tiempo que dejé de sufrir, y más aún hace del tiempo en el que os empecé a querer. Si lo hice fue porque tenía mucho, mucho que dar.
Pero me lo rechazásteis. Sin motivo aparente. Bueno, tal vez sí, tal vez el motivo era yo. La que siempre estaba ahí, la que daría todo el tiempo del mundo sólo por veros sonreír. La que daría todo, y no sólo el tiempo. Como suele decirse, el amor ciega hasta al más avispado. Nadie se resiste a él. Yo me cegué en una idea, en un espejismo en el que creía que estábais vosotros tras él. Pero en ese reflejo sólo estábamos mi soledad y yo. Así fue cómo poco a poco dejé de creer en ese cuento de hadas al que siempre llamaron amor.
Sin embargo, debo daros las gracias. Sí, paradójicamente, os debo agradecer eternamente que me tratárais así. Pensaréis que no he cambiado, y que me gusta que me abandonen como alguna vez hicieron, pero sin vosotros no hubiera llegado hasta donde hoy estoy. Os escribo desde un lugar maravilloso, desde donde ninguno de vosotros seríais capaces de llegar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario