No quedan palabras, y tampoco silencios. Ya no queda apenas tiempo, sólo abismos en los que perdernos. Inmensidad eterna. Una soledad en la que la esperanza no muere, porque se alimenta día a día. De ti, de mí. De nosotros. Porque somos la unión de dos astros, de una noche con su día. El dueño de un cielo que se estrella cada noche, la musa cuyo encanto se pierde sin su artista.
La cuenta atrás se detendrá en el preciso instante en el que se reencuentren nuestras miradas. Dos piezas perdidas de puzzles distintos, pero que encajan y hacen bello aquello que parecía imposible.
Porque lo importante no es ser igual que alguien, sino ser capaz de complementarse con esa otra persona. Y, tanto es así, que todo cobra sentido con tu nueva otra mitad, porque sabes que la tuya ahora le pertenece a él; toda una muestra de confianza ciega por la que vale la pena luchar. Cuando volváis a abrazaros, sin preocuparos del tiempo que os quede.
Cuando volváis a ser el uno del otro, sin más abrigo que el de vuestros cuerpos. Porque todos nos merecemos encontrar esa pieza que nos inspire un amor tan profundo como el que aquí se refleja. Como el de un artista por su musa.
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