Frío. Entre éste y muchos otros detalles, para ella no era precisamente lo que debería haber sido una calurosa tarde de agosto. Ante el espejo al que se miraba, deseaba verse guapa, aunque lo que aún más prefería era verse junto a él. Pero nunca era el momento. Porque, a veces, la distancia nos agarra por la espalda, robándonos lo que más nos importa, lo que más anhelamos.
Aquella tarde era distinta, al igual que su acompañante. Cuando se encontraron, tras mucho tiempo recorrido a sus espaldas y muy poco mirándose a los ojos, no se imaginaban lo que esa noche de sí daría. Emoción y nerviosismo se escondían en una tímida conversación. Una aparente calma que recorría cada pensamiento que le atormentaba. Cuando dos almas solitarias se reencuentran en una mirada y se regalan una sonrisa, son buenos motivos para escapar y pasear entre las estrellas, a pesar de la ausencia del verdadero amor.
Y ese es el instante cuando el amor se convierte en desamor, o viceversa. Es en ese instante cuando un beso sucede a otro, cuando las miradas se convierten en caricias y la respiración acompasa unos inocentes y torpes movimientos. Una pasión descrita en cada suspiro, en cada vello erizado, en cada rincón de su piel. La suavidad en la que se fundieron era mágica. La ropa sobraba, la que ahora tapaba el suelo y no sus cuerpos.
Las caricias se hicieron más intensas y, a la vez, más lentas. Ella se aferraba a su piel como si no existiese un mañana, como si estuviese atrapada en un tornado de sentimientos, que brotaba de nuevo cada vez que rozaba los labios del amor de su vida. Un íntimo baile
en el que los únicos invitados a la fiesta eran ellos.
Se sentía, tras mucho sufrimiento, completamente en paz. Sus
ojos brillaban de complicidad, de amor. Cada uno de sus movimientos regalaban a la escena un romanticismo inmenso. Como si lo más profundo de su ser quisiera salir, abrazar a la
persona que tanto amaba y luego poder regresar tranquila.
Exhausta, se acurrucó en sus brazos, y con una sonrisa de felicidad, se miraron
lentamente, para después besarse apasionadamente.
Lejos de aquel idílico lugar, un joven sintió frío; un gran escalofrío erizó su piel. Con la mirada
perdida en la oscuridad de su habitación, se preguntó qué pudo haber sido, con el calor de verano que en su cama se respiraba. No se dio cuenta, pero, en ese momento, había ocurrido algo que marcaría sus ganas de vivir, sin
saber que, aquello que desconocía, lo atormentaría más de lo podría
imaginar, y mucho más de lo que él hubiese podido desear.
Acababan de romper su oportunidad. Acababan de robarle un sueño.