Casi diez, casi veintiocho

jueves, 20 de octubre de 2011

Como la página más emotiva del libro jamás escrito, o la más triste del que una vez leíste. Como los pasos que dimos hasta hallar a quien nos rompió el corazón. Como aquellos otros pasos que desandamos para llegar hasta aquí. Como los días que tiene el primer mes que conociste. Como el resto de los que somos capaces de contar en cada uno de nuestros meses. Como las veces que has sido feliz, o como el número de inocentes a los que condenaron en vano.

Veintiocho. Un número pequeño entre la infinitud. O quizás el más grande que hayamos soñado nunca. Simplemente, un dos y un ocho sólo forman una cifra que no significan nada. Pero esconderá todo aquello que nosotros queramos que simbolice. Tan sólo quiero expresar con él que, aunque pasen cientos de meses, incluso miles de lustros, lo relevante, lo que realmente importa, va más allá de cualquier número. Supera lo malo y vive lo bueno, llegando hasta el final. Alcanza mis miedos, bañándolos de esperanza. Tiñe los días de dicha, sobreviviéndolos a mí misma y al pasado que hoy me delata.
Lo que realmente importa somos tú y yo, ni más, ni menos.
Y es que el número veintiocho, que tantas, tantísimas cosas puede representar, hoy quiero que sea nuestro.

Un comienzo, un año que sólo será el principio de muchos otros números que componen y compondrán una vida.

Buscando ese sitio

martes, 18 de octubre de 2011

Seguir una estela o replantearse el camino. Tú eliges, ¿fingiendo o viviéndolo? Si te falta la pasión, si no sientes todo aquello que haces, llegará un momento en el que sólo puedas decir basta. La pasión surge, sin más, sin pedirte explicaciones. Como un niño que aprende a montar en bici y no es capaz de alejarse de ese sillín ni un sólo momento. Esa ilusión que te invade al hacer algo que deseas. Y así cada día de tu vida.

Supongo que nunca me preocupó montar en bici, ni tampoco esa necesidad de elegir aquello que deseaba. Labrarse un porvenir es ley de vida, algo que, con el tiempo, vamos construyendo sin darnos apenas cuenta. Quizás, ingenua de mí, creí que mi vida se hilaría sola, como quien cose una camisa deshilachada. Que un buen día eligiría un camino y recorrería ese viaje con los ojos cerrados, sin mirar atrás y sin juzgar el por qué de mi elección.

Mentira. Una inmensa utopía.

No todo salió como deseé, aunque sería una estupidez no reconocer que a ratos me siento muy afortunada. Y feliz, por qué no decirlo. Pero... verás. Me reconcome la idea de no encontrar mi sitio, de crecer, avanzar, evolucionar... y seguir siendo una carga y no un modelo que quieras seguir. 

Cuando veo personas que se apasionan por aquello que hacen, que comparten ilusiones, que tienen vislumbrada una meta y que cada día se levantan con la ilusión de volver a empezar... siento cierta desazón. Incluso, algo de nostalgia. Así me sentí la mayor parte de mi vida, con un destino que admitía como propio. En cambio, ahora estoy perdida, absorta con ese lugar en el que me mentalizo por estar, con poco o nada nuevo que aportar.

Seguramente todo cambie tarde o temprano. Que mi camino no sea tan pedregoso y pueda volver a decir que esa ilusión por levantarme cada mañana ha vuelto. Porque, al fin y al cabo, no he conocido otro sueño a lo largo de mi vida que el de aprender y aportar un granito de arena a todo aquel que me rodea.

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