Siete

sábado, 7 de mayo de 2011

Levantarse un buen día con la certeza de que todo lo que en él te ocurra lo vas a recordar siempre, pasen los años que pasen, suena fascinante. Aunque, si no sale todo como tú planeaste, corres el riesgo de que ese día acabe resultando abrumador. Al igual que ese número que tanto pesa simbólicamente en tu cabeza. Veinte. Un dos y un cero perfectamente unidos para comenzar una nueva década, más madura y decisiva. Quién lo diría, si yo soy más de impares...

Y creías, siendo una inocente cría ingenua, que cuando cumplieras veinte años te ibas a convertir en una aburrida y solterona vieja. Y sonríes. No puedes evitar sonreír al recordarlo. Y alegrarte de que no se hayan cumplido tus alentadoras expectativas. Incluso te sorprendes al ver la cantidad de veces que aún sale la niña que tímidamente sigues llevando dentro.

Pero sigues creciendo, y no sólo en edad. Aumentan tus sueños, tus expectativas y tus planes de futuro. Sientes más cerca todo lo que querías cuando fueras mayor, y extrañas todo aquello que hacías cuando eras niño. Será que, paradójicamente, los miedos también crecen proporcionalmente a los años. 

Ojalá fuera tan sencillo cambiar a una cabecita tan insegura como ésta. Pero veinte años no pasan en balde, ni borran huellas de tantas y tantas pisadas. 
Pero gracias a ella, a todos mis fallos y aciertos, a todos los que me marcaron durante todos estos años... estoy aquí. Luchando por seguir, por no derrumbarme ni enervarme en vano. Haciendo feliz a quien me rodee. Cumpliendo un año más, y a la vez un año menos.


Porque cada siete de mayo, comienza mi historia.


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