Vuelvo a este lugar. Vuelvo donde todo empieza.
Llegué tal día como hoy, y también con 18. Recuerdo la misma ciudad, y cómo me aprendí el nombre de todas las calles con sus respectivas noches. Luego llegarían las lecciones de los amargos despertares, y esos parciales de Historia arruinada en la barra de un bar.
Sí, quizás llegué más perdida de lo que hoy llegas tú.
No te miento si te digo que añoro momentos de esos años. Encadenando amores de peaje, amistades incansables y atravesando pasillos entre libros. Días en los que recordar noches; noches para olvidar los días. Ese privilegio de encontrar un recuerdo cuando regresas a cada lugar que descubriste. Y no tener muy claro quién ha cambiado a qué.
Por eso, cuando me hablas de que te hacen perder el tiempo, cuando te quejas hasta olvidar la razón de tu enfado y cuando gritas que esto es un mero trámite, solo puedo sentir pena. Pena porque, por desgracia, tengas un sinfín de razones que te hayan llevado a esa conclusión. Porque las palabras que hoy te digo se rompen en el muro que día a día levantas. Porque entre todos te hayamos fallado y tu fallo haya sido acomodarte tras esa pared.
Lucha, descubre, critica, cuestiona. No despiertes pensando en lo que has querido ser y ya no has sido. Desquíciate. Quédate en los detalles. Quédate con quien te los muestre. Con quien el mundo deje de ser una mierda cada vez que abra esa puerta.
Y decepciónate, pero no aprendas a cumplir más años que promesas. Solo así podrá la vida tratarte dignamente.
Porque ahora que mi adolescencia parece un septiembre lejano, descubro que cada año soy mayor que tú.
Tú, que acabas de llegar.
Yo, que exprimo estos pasillos por segunda vez.
Cerca del final. Donde todo empieza.