«Don’t forget me, I beg, I remember you said:
“Sometimes it lasts in love, but sometimes it hurts instead”»
A veces te pones a pensar cómo hubiera sido tu vida sin cambios, sin sufrimiento, sin algo que no estuviera dentro de la normalidad. Supongo, entonces, que éso no hubiera sido vida. Sin cambio, no hay evolución. Y qué mayor objetivo tenemos más que el de avanzar, el de llevar en el corazón ese niño que un buen día fuimos para convertirnos en ese otro alguien que cuidará del nuestro. En solitario o, por el contrario, con compañía, que eso siempre ayuda.
Recordaremos lo que fuimos, aceptando que nada será igual. Que esos años en los que podías volar con sólo usar la imaginación quedan hoy más lejos que nunca. Resulta inútil pensar en lo que pudo haber sido, en lo que un día pudiste llegar a hacer y, sin embargo, más te pudo la cobardía. Porque, si ahora estamos aquí, precisamente es por todo aquello que fuimos apartando de nuestro camino.
Te veo tan perdida que apenas logro reaccionar. Supiste decir adiós tantas veces que hoy te queman sus palabras de despedida. Lloras anhelando tu pasado, con todo lo que te condenó, sin saber que el futuro, ese que también añoras, lo tienes aquí a tu lado.
Y lo sé, sé que cuesta mirar hacia adelante si para ello vuelves a buscarte en el pasado. Si al encontrarte sólo percibes un sinsabor constante. Sin saber el por qué, me siento desganada cuando vuelvo a saber de ti. Preguntándome en qué me pude equivocar, si es que acaso me dio tiempo. Quizás todo pase al igual que todo llegó, sin darme cuenta, un buen día sin más. Pero mientras, aquí estoy, en espera, en mi estado predeterminado. Buscando palabras donde sólo hallo silencio.
Y mentiría si dijera que no me siento sola, que no necesito a nadie más. Porque una vez que saboreas la compañía, sabes que su falta dejará un vacío. Y no hay mayor miedo que ser consciente de esa ausencia, imaginando que pueda no ser la única persona que se marche, se aleje o que, simplemente, se canse. Desgraciadamente, un miedo de esos que sólo mata lentamente por dentro.
Ni siquiera lloro con lágrimas, evitando enjuagar cualquier tipo de pensamiento, haciéndome ver con claridad que ni siquiera soy capaz de refugiarme en alguien más. Quizás me encuentre carente de fortaleza, de paciencia y de seguridad. Una debilidad que aún estoy a tiempo de fulminar, hasta que llegue ese día en el que sólo tenga tiempo de preocuparme de algo más que no sean mis propios miedos, y cuyo compromiso será para toda la vida. Un algo que con el tiempo será alguien, un ser que espero, que aún no tiene su lugar conmigo, pero que, tarde o temprano, llegará.
Como todo lo que tenga que llegar en esta vida.