Silencio. Salvo fuertes latidos desacompasados, el silencio reinaba en la habitación. Nada me hacía presagiar lo que vendría después, salvo unos inexplicables nervios que no recordaba haber tenido antes. Se me notaban, y supo cómo tranquilizarme. Me abrazó como si fuese una niña pequeña, y entre sus brazos me transporté. ¿Por qué? No sabría decirte… Sólo sé que tras oír mi nombre, me besó.
Tomó mi mano y me guió por su espalda, lugar prohibido hasta entonces. Lo mismo hizo conmigo. Descubrimos secretos mutuos, inversamente proporcionales a la cantidad de indumentaria. Se derribaron muros a base de cariño, besos y caricias. Sin saber qué nos llevó a ello, nos entregamos el uno al otro. Me sentí deseada, tal y como toda mujer desea sentirse.
Pero ahora…
La imagen de aquella oscura y amplia habitación no se va de mi mente. Su perfume sigue en mí, al igual que la imagen de su colgante… Sí, ese mismo que toqué y que hoy le tendría que haber regalado a otra...